Donde nada es seguro, todo es posible

Por Judith Giner Gandía · La Mentora Blanca

A veces me preguntan por qué elegimos ciertas personas.
Por qué nos quedamos con una historia, un lugar, una vocación…
de entre todas las posibilidades que el alma podría experimentar.

La respuesta no está en la razón.
Ni en el destino.
Ni siquiera en la lógica espiritual.

Está en la belleza de lo limitado.

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El alma es infinita.
Pero no puede saborearlo todo a la vez.
No puede sentir descanso si no hay cansancio.
Ni sorpresa si ya lo sabe todo.
Ni gozo si no ha olvidado el dolor.

Elegir es lo que le da sentido al juego.
Y por eso, aunque podríamos ser todo…
nos encarnamos para ser una sola cosa,
una sola versión,
un solo cuerpo.

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Elegimos a alguien, no porque sea el único,
sino porque decidimos amarlo como si lo fuera.
Nos comprometemos con una historia,
no porque sea la más perfecta,
sino porque queremos vivirla con presencia.

Esa es la paradoja.
Solo cuando renunciamos a todo…
lo posible se vuelve real.

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Y en ese “nada es seguro”
descubrimos que el misterio no es amenaza,
sino libertad.

Que elegir es crear.
Que quedarnos es expandirnos.
Que amar no es limitarse.
Es encarnar lo eterno…
en una sola vida.

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Eso hacemos en La Mentora Blanca:
acompañamos a personas que están listas para elegir su historia.
No la perfecta.
Sino la presente.
La consciente.
La suya.

Porque donde nada es seguro…
todo es posible.

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